LOS 13 CIELOS
El presente trabajo tiene como objetivo abordar un tema que tanto historiadores como antropólogos de
la medicina tocan en mayor o menor medida cuando hablamos de la medicina prehispánica. El tema al
que me refiero es el de la existencia de diferentes cielos sobre el plano de la tierra. Se encuentra
Información en documentos prehispánicos como en los códices Vaticano Latino 3738, Borbónico y otros
más, así como en documentos del periodo colonial escritos tanto por españoles como por indígenas. Así
mismo, son muchos los estudios que durante el siglo XIX y XX también se han escrito al respecto
Mostrando un esfuerzo por encontrar la lógica de dicha figura multiceleste; no obstante continúan con
La incógnita y siguen sin entender adecuadamente dicha representación.
La especulación con respecto a esta particular idea multiceleste se debe al hecho de querer explicarla
por correlaciones o analogías equivocadas, y desear relacionarla con la teogonía propia del pueblo
mesoamericano o compararla con la forma escalonada que tienen las pirámides e incluso con fenómenos
astrales como son el Sol, la Luna, las estrellas, los planetas, etcétera.
No obstante no se tiene hasta hoy teoría alguna que permita armonizar todas las contribuciones con la
idea de la existencia de múltiples cielos por arriba de la tierra.
Esto ha llevado a que se constriña la estructura del mito estudiado para que coincida con el marco
explicativo que plantea algún investigador. Hasta ahora, las explicaciones que han intentado dar cuenta,
de manera lógica y razonable de los múltiples cielos, dejan mucho que desear.
Dada la serie de soluciones parciales e insuficientes que circundan esta idea multiceleste y los
problemas que de ello se derivan al desarrollar el tema en los espacios académicos, me he interesado con
el fin de poder ubicar información que me permita conectar una determinada región anatómica con la estructura en cuestión.
«El cuerpo desborda su continente; es a la vez marcador de espacios y calendario que norma incluso
el transcurrir del tiempo con sus cargas fastas o nefastas. Cuerpo, imagen microcósmica del universo
que el mesoamericano, domestica y nombra a su imagen y naturaleza. Cosmos, espejo
magnificado del cuerpo. ¿Cómo extrañarse que uno y otro requieran, para su supervivencia, de una
interminable entrega, de una eterna correspondencia?»
Para establecer dicha correlación imagine un modelo hipotético, que puede corresponder al del cuerpo
humano pues la representación que los nahuas forjaron de los múltiples cielos tiene una clara
correspondencia con ciertas estructuras del cuerpo humano. Esta afirmación lleva a preguntarse: ¿Por
qué el cuerpo humano puede ser tomado como la base para ordenar tanto fenómenos terrenales como
cósmicos que aparecen en el mito nahua de los cielos?
Recordemos que en muchas filosofías: el orden interno del cuerpo humano es la representación del
orden externo del cosmos. La relación que guarda el cuerpo humano con el cosmos es uno de los
referentes primordiales en el mundo nahua y prehispánico en general, en donde el cuerpo además
reproduce de manera muy clara la geografía terrenal -muy especialmente las montañas y las oquedades-;
en otras palabras, el cuerpo es el medio por el cual la persona entra en contacto con
lo sagrado.
El cuerpo refleja el macrocosmos porque de la misma manera en como lo universal está en lo
particular, lo particular está en lo universal, es decir el orden del microcosmos refleja fielmente el
orden del macrocosmos; cuando los nahuas y otros pueblos mesoamericanos, comprendieron el orden
contenido en las estructuras anatómicas del cuerpo humano, proyectaron este orden hacia el macrocosmos
para de esta manera humanizarlo. Esto permite comprender también el inframundo. Se crea así una

relación indisoluble entre cuerpo y universo, entre las estructuras y procesos de uno con el otro.
«¼el hombre en el pensamiento náhuatl¼no constituye un orden existencial autónomo y
desvinculado, como no lo son tampoco la naturalez; el hombre es el mundo - entendiendo
por «mundo» «naturaleza» o «mundo natural» -; se trata de una explicación antropocéntrica del
cosmos. Pero al mismo tiempo, según la ley dialéctica de lucha de contrarios y de muerte y renacimiento
se llega a una explicación cósmica del hombre. Todo esto significa que aunque hay en el pensamiento
religioso náhuatl¼una diferenciación hombre-mundo, el uno no se explica sin el otro, más bien se
explica por el otro y ambos por lo divino, lo cual nos habla de una concepción unitaria de la realidad, no
intelectual, sino vivencial, en la cual hay una unidad dinámica ordenada por un principio superior».
«En los mitos cosmogónicos se hace expresa la relación hombre-naturaleza y hombre-fuerza divina, con la
idea central de que los dioses que crean el mundo para que habite en el hombre, y al hombre para venerarlos
y sustentarlos. La creación del cosmos se explica como un proceso generador en el que van apareciendo
sucesivamente los grandes elementos y los diversos entes, con la finalidad de provocar en el hombre una
evolución que lo lleva a constituirse en el ser que los dioses necesitan para subsistir. Es decir, que el
hombre es el factor determinante del proceso entero de la gestación del cosmos¼» Y para poder
entender el orden y las características que los nahuas dieron a los diferentes cielos que están por
«arriba» de la tierra, primero debe reconocerse la semejanza que la estructura de éstos tienen con
la estructura del cuerpo humano.
«Conviene decir que los nahuas concebían estos cielos a modo de regiones cósmicas superpuestas y
separadas entre sí por una especie de travesaños, que constituían al mismo tiempo lo que pudiéramos
llamar pisos o caminos sobre los cuales se movían los varios cuerpos celestes.» Los trece cielos se
dividen en tres grandes grupos que a saber son: 1. Cielos en donde se aprecia predominantemente el
movimiento: luna, estrellas, sol, venus y cometas. (Del 1º al 5º cielo) 2. Cielos donde se aprecia
predominantemente el color: Negro, verdiazul, blanco, amarillo y rojo. (Del 6º al 11º cielo) 3. Cielos que
son predominantemente duales y que están por arriba de los demás. (12º y 13º cielo) en donde el 13º
presenta una característica prácticamente compartida por todos los investigadores y que se refiere a
considerarlo, por excelencia, el lugar donde radica la dualidad: Ometéotl; Ometecuhtli - Omecíhuatl.
Ahora bien, como todos los investigadores delimitan muy bien la importancia y trascendencia del 13º
cielo en relación con los otros doce, éste debe encontrar su referencia anatómica en una estructura
trascendente del cuerpo humano, mientras que los restantes deben encontrar su representación en otra
parte específica; el paso del 11º cielo al 12º tiene el mayor número de problemas explicativos. Por esta
razón se da cuenta, en un primer momento, de los primeros doce cielos y en un segundo momento del
décimo tercero.
Los doce cielos y su representación en el cuerpo humano
Habiendo hecho la anterior precisión se establece la siguiente pregunta: ¿En qué parte del cuerpo
humano puede ubicarse la estructura corporal que permita establecer el número doce, que además
presente una superposición vertical y contenga espacios intermedios? Primero se pensó en la columna
vertebral, pero el número de vértebras superaba en mucho el número de doce y además los «espacios»
intervertebrales están ocupados por los discos intervertebrales con lo cual no queda corredor alguno.
Es en las costillas en donde se encontraron estructurales los cielos, que empezaron a apreciarse
como demasiado coincidentes no sólo por el número, sino además
por las características que se marcan sobre los doce cielos. Éstas son las siguientes: 1. Son en un
número de doce pares, 2. Están sobrepuestas en un plano vertical, 3. Entre cada una de ellas existe una
separación llamada espacio intercostal, 4. En el borde inferior de cada costilla, se encuentra una
estructura triple compuesta por un nervio, una arteria y una vena, cuyo flujo sanguíneo es
primordialmente en un plano horizontal.
De acuerdo a la disciplina anatómica las costillas pueden ordenarse en tres grandes grupos: 1. Siete
pares de costillas verdaderas por estar unidas directamente al esternón por medio de tejido
cartilaginoso (1ª a 7ª) 2. Tres pares de costillas falsas por estar indirectamente unidas al esternón por
medio de tejido cartilaginoso, (8ª a 10ª) -estos 10 pares de costillas prácticamente «abrazan» en su
totalidad a los órganos del tórax-. 3. Dos pares de costillas flotantes, llamadas así por estar unidas sólo
en su porción posterior con las dos últimas vértebras torácicas (11ª y 12ª).

Los dos pares de costillas flotantes como los tres pares de costillas falsas pueden equipararse con
fenómenos cósmicos que tienen la característica de estar permanentemente en movimiento; mientras
que los siete pares de costillas verdaderas pueden identificarse con colores - excepción hecha para el
5º par costal que estaría relacionado con el 8º cielo que corresponde a la tempestad, así como el 12º par
que pertenecería al lugar de la dualidad.
Tanto las costillas flotantes como las falsas pueden corresponder a procesos móviles propios de la
bóveda celeste y, a excepción del «Sol», los demás fenómenos se observan durante la noche o por la
madrugada. Mientras que las costillas verdaderas, el V, VI y VII par (6º, 7º y 8º cielos) pueden ser
correlacionadas con fenómenos propiamente terráqueos: viento, tierra, tempestades. Los pares II, III y
IV (9º, 10º y 11º cielos) se correlacionan con colores: blanco, amarillo y rojo. El primer par costal (12º
cielo) se correlaciona con la región de la dualidad; no es la costilla la que representa el cielo sino
que es el techo de un piso así como el piso de otro cielo y es el espacio intercostal el que
representa al cielo
El treceavo cielo y su representación en el cuerpo humano
Este cielo corresponde al Omeyocan, lugar de la dualidad, de donde emana la vida con sus dos caras
contrarias, fuerzas opuestas, es el más allá metafísico, es el centro del mundo, es el ombligo de éste.
El Omeyocan está presidido por Ometéotl que es el ser supremo, que ejerce primordialmente su
acción sustentadora como un principio dual. Ometéotl mora en lo más alto de todos los cielos y da
fundamento a la tierra. el huehuetlatolli refiere lo siguiente:
«Y sabían los toltecas/que muchos son los cielos,/decían que son doce divisiones superpuestas./Allá
vive el verdadero dios y su comparte. El dios celestial se llama Señor de la dualidad,/y su comparte se
llama Señora de la dualidad,/Señora celeste. Este huehuetlatolli marca claramente que el sitio
principal de residencia de Ometéotl el Omeyocan, lugar de la dualidad, está más allá de todos los
pisos celestes.
En la «Historia de México» de 1543 y probablemente escrita por Marcos de Niza y A. de Olmos,
según información vertida por el padre A. Ma. Garibay K. se refiere lo siguiente: «En el treceno y
último, más alto, hay un dios llamado Ometecuhtli, que quiere decir señor de la dualidad).» En el
«Tratado de los dioses y ritos de la gentilidad» documento atribuido, por A. Ma. Garibay K. a Pedro
Ponce de León, escrito en 1569, se dice lo siguiente: En el 13º: «Ometecuhtli - Omecíhuatl, de los
cuales dicen vivían sobre los doce cielos».
Y sobre la presencia de la dualidad Ometecuhtli - Omecíhuatl, es importante recordar cómo destaca, el sentido de la
palabra «comparte»', en donde i-námic deriva del verbo
namiqui y del prefijo posesivo i-, significando, «su igual o cosa que embona con otra» indicando así
la relación del dios supremo con «su igual o lo que con él embona».
Esta naturaleza doble, Ometéotl, se dividía en dos naturalezas que en su esencia son lo mismo y en su
contenido son diferentes: Ometecuhtli y Omecíhuatl así para M. León-Portilla, Ometéotl y su
comparte Omecíhuatl no constituyen principios o realidades distintas, sino que comparten una misma
naturaleza, característica de un ser supremo: Ser único y dual a la vez.
Ahora, cabe preguntar: ¿Qué estructura del cuerpo humano está por encima de la caja costal - de los 12
cielos - y tiene una estructura dual, esto es, tiene dos caras contrarias, que sean fuerzas opuestas y que
además tenga su igual, esto es, con lo que embona bien? La única estructura anatómica que responde a
estas preguntas es la cabeza, en particular, el cráneo. Como el Omeyocan no sólo por estar arriba de
las costillas - los 12 cielos - y en particular por arriba del 1º par costal, sino además posee una doble
naturaleza: la masa encefálica, que se divide en dos hemisferios: derecho e izquierdo y cada uno de
ellos es de naturaleza contraria. Así los hemisferios cerebrales pueden representar de manera
extraordinaria la idea prehispánica del Ometéotl que se divide en Ometecuhtli y Omecíhuatl y puede
aceptarse que el cráneo corresponde al 13º cielo.
Los hemisferios cerebrales, además de ser iguales, son dos caras encontradas, una es el reflejo de la
otra, esto es, son reflejo en espejo, embonan bien a pesar de tener fuerzas opuestas. Los hemisferios
cerebrales, en esencia, son iguales y parecen el reflejo el uno del otro. Este último dato es de gran
relevancia porque puede decirse, desde la cosmovisión nahua, que son gemelos: Son coatl.
La cabeza y sus órganos recibían los siguientes nombres: En la cabeza interna. 1. Sesos: Quatetextli o
Quateteztli. Cerebro: Quatextli o Quatetexotl. Traducción: Cuatextli. Coatl = gemelo; Textil =
cuñado, blanco Así Quatetextli puede traducirse como Los gemelos blancos. 2. Cerebro:
Cuanepantla. Coatl = Gemelo. Nepantla = En medio de. Así Cuanepantla puede traducirse como Los
gemelos que están en medio de la cabeza. 3. Otra manera de nombrar al cerebro era Cuayollotli.
Coatl = Gemelo. Yollotli = yollotli qu itiquitinemi = tiene la razón por guía. Así Cuayollotli puede
traducirse como Gemelos de la razón.
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